La integración de la España del Cid

en la comunidad económica europea.

Los historiadores de la la economía y sociedad medievales coinciden en caracterizar los siglos noveno y décimo como de "estancamiento rural," y los siglos once y doce como de "Explosión monetaria." Y en esas caracterizaciones encaja adecuadamente la España reconquistada, de la que se nos ha dicho que de una economía de base pecuaria, mineral y agrícola pasó, según Pastor de Togneri, a una "economía monetaria." Si buscamos los términos clave, que sinteticen en su raíz el sentido de esta transición, los encontraremos en PECUNIA (del L. pecus = ganado), que quedaría reemplazado por MONETA (= dinero acuñado).

Es decir, PECUNIA, que se empleaba en un sentido muy lato para designar tierra, animales, edificios, siervos, etc., en el siglo doce va restringiendo su significado hacia el sentido que tiene hoy, cuando hablamos de valores pecuniarios. Semejante proceso se operó en Europa con respecto al término RICO, empleado con anterioridad para significar "poderoso", y en el siglo doce se reviste de las connotaciones puramente económicas que recibe en el CANTAR DE MIO CID y mantiene en nuestros días.

Los términos linguíticos, claro está, no aparecen, se desarrollan, crecen, evolucionan o fallecen como las plantas de los bosques, por virtud de condiciones naturales, biolócas, en virtud de sus raíces o savia. Los vocablos son creaciones del hombre y evolucionan al ritmo de la sociedad que los emplea, reflejando en su devenir nuevas realidades, nuevas referencias, valores, preocupaciones, intereses. Con la llegada del cristianismo, por ejemplo, innumerables términos de herencia griega y latina adquirieron significados que ni Platón ni Séneca podrían haberse imaginado.

De manera semejante, con el establecimiento del feudalismo se dio en los idomas una verdadera invasión de vocablos trastornados que respondían al nuevo orden social y contribuían a solidificarlo. Posteriormente, en el siglo doce, el más ilustrado de los siglos medievales, tuvo lugar otra revolución lingÜística, efectuada en dos frentes: el del dinero y el del amor, revolución que afectaría la conducta de europeos, los cristianos, por los siglos de los siglos.

Los trovadores de la Provenza emprendieron la tarea de rescatar el AMOR entre humanos de las abstracciones, de las palinodias agustinianas y las invectivas de los frailes misóginos, para ponerlo en el candelero: en la ardiente atracción, mutua e irresistible, entre el hombre y la mujer, en cuanto hombre y mujer. Por primera vez y para siempre en la cultura cristiana el amor entre los sexos fue cantado y ensalzado como fuerza y virtud ennoblecedoras, asi no divinizante.

En el otro frente, los mercaderes, comerciantes y financieros, se comprometieron a la penosa, aunque sí muy enriquecedora, tarea de cambiar la mentalidad TRADICIONAL, moralística, de la alabanza a la pobreza y la condenación del dinero como el MAMONNA INIQUITATIS. Valdría concluir, a la vista de los resultados y con nuestra perspectiva histórica, que ningún otro grupo cultural fustigó, tan severamente como el cristiano, el amor de las mujeres y las riquezas. Por otro lado, y quizá por ello, ningún otro grupo cultural ha cantado más abundante, bella o sentidamente a la mujer ni ha acumulado tamañas riquezas.

Concentrémonos en el dinero, que es lo que aquí me concierne más de cerca. Con el explosivo éxito de las Cruzadas y el expansionismo del mercado, los mercaderes se hacían cada vez más numerosos y más prósperos. La gente, que había oído predicar una y otra vez que el dinero no paría dinero, la razón de la dura condena de la usura, se daba cuenta que, en realidad, el dinero de alguna manera parecía reproducirse y multiplicarse con mayor rapidez que las vacas o las ovejas. Y la gente estaba boquiabierta. Y los moralistas, parte claro de esa gente, poco a poco comenzaron a abrigar nuevos pensamientos y nuevas formulaciones justificantes. No podían, claro está, bendecir la usura que sin ambages había sido condenada por Aristótels, por rabinos y por Papas.

¿Qué hicieron, pues? Los moralistas cristianos bautizaron la USURA, dándola un nuevo nombre: INTERES. Los viejos lugares de empeño y préstamos se fueron convirtiendo en MONTI DI PIETA. Y pusieron así la primera piedra para que sobre los humildes baquillos de los cambistas ambulantes se edificaran los con el tiempo se trasformarían en nuestros suntuosos BANCOS. Los primeros bancos fueron dedicados a los santos: El Banco de San Jorge, fue el primero en Génova y Venecia. Y no faltarían los que prosperaran bajo tutela del mismísimo Espíritu Santo. El interés quedaba espiriualizado, santificado para aquellos que podían imponerlo.

Y toda esta enriquecedora transformación comenzó allá por los siglos once y doce. Y yo me atreví a decir, y nadie me lo ha contradicho todavía, que no hay obra literaria en toda Europa, con anterioridad al siglo trece, en la que se refleje la ya muy desarrollada actitud cremátistica, de manera tan clars y tan inconfundible, como se refleja en la gran epopeya castellana, el CANTAR DE MIO CID. Esta obra se ha estudiado muchísimo, pero casi exclusivamente en el contexto político militar de la Castilla de los siglos once y doce. En el contexto de la guerra y las disputas familiares, contexto de amigos y enemigos, cristianos y moros, cristianos y judíos, cristianos entre sí, incluso entre clases sociales. También se han estudiado con atención sus valores literarios.

Por mi parte, con la ayuda de los estudiosos de las sociedades medievales y su economía, he venido examinando el CANTAR, no tanto a la luz de los acontecimientos militares y políticos, como de los económicos del siglo doce europeo. Este siglo fue testigo del ocaso del predominio absoluto de la nobleza ante el asecenso de la burguesía, representada primordialmente por los mercaderes: los que se dedicaban al comercio de bienes muebles. Su bienestar no se medía en función de las riquezas heredadas, tierras, ganados y palacios. Eran ellos los forjadores de su propio destino, de su propia fortuna. Creían en la movilidad geográfica que acarreaba la movilidad social. Temían, más que nada la pobreza, y en sus obras eran motivados por el deseo de ganarse el pan y de hacer dinero.

Las civilizaciones han buscado coherencia bajo el andamiaje de una gran variedad de eslogans. La mayoría de ellos han llevado por objeto, podríamos decir, proteger los intereses de las clases dominantes. Así pues, entre los hebreos y los cristianos se ha predicado amplia y largamente que "la avaricia es la raíz de todos los vicios." Y de esa manera se amonestaba a los pobres que no desearan los bienes agenos. Solemos decir, con tono condescendiente, pobre pero honesto. El palacio, la tierra y el ganado eran para el rico como su mujer: no debía ser deseada por el prójimo. Mujer, ganado, tierra y palacio eran bienes limitados y no comunicables, y vigilados. También lo había sido en tiempos más remotos el dinero y como éste se creía que no paría, también era costumbre guardarlo y atesorarlo.

En el siglo doce se encargaron los mercaderes de demostrar que el dinero, contrario a la creencia popular, podía multiplicarse. Estos mercaderes que comenzaban a aparecer por los cuatro costados de la geografía cristiana demostraban que el dinero, contra más se movía y menos se guardaba, más crecía. En cuestiones de dinero, demostraban los mercaderes que cualquiera, sin haber nacido en riquezas, sin ser FIJO D′ALGO, podía hacer dinero sin tener que quitárselo a nadie. Es más, cuando eran muchos los comerciantes que prosperaban en una comunidad, no se empobrecía el resto, sino que toda la comunidad prosperaba con ellos. Las riquezas que se originaban del comercio eran verdaderamente comunicables. El deseo de ganar más dinero que algunos podían llamar avaricia, no era la causa de todos los males sino la condición SINE QUA NON para una vida más próspera, una vida más digna, para todos.

El CANTAR DE MIO CID es la canonización de la mentalidad crematística contemporánea. El protagonista aparecía en la obra SIN ... SIN ... SIN, sin nada: desposeído de todos sus bienes inmuebles. Sale de Burgos, de Castilla (movilidad geográfica) en busca de riquezas para él, para su familia, para lo suyos. Yo no dudaría en afirmar que el CANTAR fue escrito por un poeta economista que llevaba en mente, sobre todo, despertar y entusiasmar al pueblo castellano, y comunicar solaz y sentido de justificación y rectitud moral a la apetencia y el aumento de las riquezas. Quería entusiasmar y animar a su audiencia a participar en las ricas oportunidades que se les ofrecía de participar en la nueva economía monetaria. Para ellos escogió a un gran modelo, que armonizaba en su persona los valores tradicionales del pueblo con nueva mentalidad burguesa del escritor. A la vez que proclamaba su amor a Dios y al Rey, y luchaba valientemente contra el enemigo común, sus intenciones y su propósito eran algo peculiar, algo personal: su propio enriquecimiento y prosperidad, comunicables a todos sus seguidores. El mensaje quedaba plasmado en los primeros y últimos versos primeras y últimas imágenes de la obra.

La primera imagen es de dolor y lágrimas:
De los sus ojos tan fuertemientre llorando

¿Por qué lloraba el Cid? Por ver s puertas de par en par, y el espolios de sus bienes todos:
vio puertas abiertas y ucos sin cañados,
alcandaras vazías sin pieles y sin mantos
y sin falcones y sin adtores mudados

La última imagen de la <ì>Gesta es de triunfo y alegría:
Alegre era el Cid y todos sus vasallos.

¿Por qué está alegre el Cid? Sus riquezas eran inagotables. Era tan rico que cualquiera de los que habían asistido a las bodas de sus hijas podía llevarse consigo cuantos haberes quisiera:
qui haber quiere prender bien era abastado (2260).

El Cid quedaba canonizado como héroe de la burguesía; la burguesía castellana, la burguesía franca, la burguesía europea. Era así muismo franca la misma palabra mercader. Eran los francos los que en Burgos y en Castilla, según los documentos, corrían con el gran comercio de las ciudades sitas en la ruta jacobea. En esa ruta, en el siglo XII, era Burgos la capital, la gran posada del peregrino en su viaje a Santiago de Compostela, donde como en ningún otro lugar prosperaba el mercado. Los nombres que figuran en los contratos comerciales de las Siete Partidas no son nombres de raíz castellana. Las listas de comerciantes que aparecen en los documentos de la catedral de Burgos y otros monasterios de la época son nombres extranjeros. González Sologaistua, en su estudio sobre la influencia de los peregrinos en la economía de la Castilla del siglo XII, nos dice que era Burgos "El centro comercial de las relaciones con Flandes." En un documento de 1305 se lee: "Porque los más de los omes que viven en la dicha ciudad de Burgos viven por las mercadurías y andan por tierra de un lugar a otro." La expansión, salir de Castilla, la movilidad geográfica era el ideal del burgalés para quien se escribe directamente el CANTAR DE MIO CID. Ese ideal viene claramente proclamado en un verso sentencioso:

El Cid salió de Castilla para no volver, como aquellos miles y miles de francos, adinerados mercaderes, que habían salido de sus tierras y lejos de ellas se habían hecho ricos. Quedaba claro el mensaje: la riqueza restituía la honra y la acrecentaba. La riqueza acrecentaba el amor y la felicidad. La riqueza hacía al hombre mejor: mejor señor, mejor vasallo, mejor padre, mejor marido; a Don Jerónimo le hizo mejor obispo.

La riqueza se medía en el CANTAR en función, como dije, de HABERES MONEDADOS. Y la única moneda nombrada en la obra es una moneda europea: el MARCO. El marco daba homogeneidad al heterogéneo mundo de las cosas: unas misas, una espada, un castillo, una guerra, un botín, unas bodas. Para el autor del CANTAR, poeta y economista, era el marco materia y símbolo, realidad y metáfora.

Con el abundante y exclusivo comercio en marcos, el Burgos de MIO CID quedaba plenamente enmarcado en un ámbito económico europeo. El poeta economista, autor del CANTAR (¡y pensar que nos pueda causar sorpresa!) supo intuir y dar forma literaria en su ficción al fenómeno pecuniario más relevante de su siglo: la facilitación del comercio mediante la adopción del marco como unidad monetaria fuerte. George Duby, el autorizado historiador de la economía medieval europea, nos habla de cómo a mediados del siglo XII los grandes mercaderes europeos se vieron obligados a abandonar, para sus transacciones, los DENARII, de muy diversas mecas, y fueron recurriendo a otras medidas, hasta decidirse finalmente por la adopción del MARCO como unidad monetaria estándar. De esa manera, seguía diciendo el historiador, el dinero, en suplantación de los bienes inmuebles, se fue convirtiendo en el signo e instrumento más fuerte de poder.

En ese escenario histórico adquiere resonancia continental y pleno sentido la mentalidad crematística del autor del CANTAR DE MIO CID. Su héroe, sin fincas y sin casa, sin azores y sin halcones, sin pieles y sin mantos empeñó sus escombros por 600 marcos; vendió el Castillo de Alcocer, lo hizo dinero, diríamos, por tres mil marcos. Y con ellos se fue asegurando, para sí y para los suyos, el pan nuestro de cada día y el cielo de las postrimerías. El viejo orden económico quedaba suplantado, en la narración poética, por el nuevo. El poeta redujo la hacienda del héroe a escombros, para que éste canjera las arenas por 600 marcos, 300 de plata y 300 de oro. El inmueble, la tierra, cedía el paso al marco, circulante que no conocía ataduras ni fronteras. El que llevaba marcos, todo lo llevaba consigo: PECUNIAE OBEDIUNT OMNIA.

En época más temprana habían presenciado todos cómo la tierra multiplicaba el trigo a su dueño y las ovejas le parían multitud de corderos. Y había la costumbre, en algunas partes, de enterrar las monedas cuando su dueño moría. En el siglo XII vemos surgir muy claramente en el CANTAR un concepto más moderno del dinero, que ya no es tesoro, sino medio, instrumento. El dinero se mueve. El protagonista lo empleó en misas, en el hospedaje de su mujer, hijas y damas de compañía; lo reparte entre sus hombres; lo invierte en regalos al Rey que terminaría por devolverle las tierras confiscadas, regalos a los Condes de Carrión que terminaron por casarse con sus hijas.

En ese CANTAR DE MIO CID, cantar de Castilla y del pueblo, en el que pululan moros y cristianos, brilla por su ausencia no sólo la moneda local de compraventa, sino también la prestigiosa moneda de los musulmanes. Quedan absorvidas por la potente moneda del comercio de los francos. El Burgos de Mio Cid era un Burgos europeo. Para los europeístas es muy significativo que Sancho III el Mayor, soberano navarro y primer rey que labró moneda, lo hiciera, como hace observar Sánchez Albornoz, "emulando a los soberanos ultrapirenaicos."

El CANTAR DE MIO CID era la epopeya de un gran guerrero, no cabe duda. Pero no radica en esa temática su originalidad y valor de época y valor permanente y universal. Es la batalla en el CANTAR un medio para el enriquecimiento personal. El héroe nos muestra una atractiva faz de aventurismo militarista con el fin de establecer y proteger metas económicas. Y lo extraordinario del autor es la claridad con que define y glorifica las intenciones y logros económicos. Y ahí síi que de veras queda bien definido el realismo de la obra. No hay realismo tan realísta como el metálico. El realismo que motiva a los más viejos, como el Obispo don Jerónimo y el Cid Campeador, y a la generación más joven, ilusionada con el casamiento.

Los Infantes de Carrión plantearon el casamiento con las hijas del ya enriquecido Cid por el interés:
bien casariemos con sus hijas pora huebos de pro (1374)

Y no es que los Infantes fueran viles egoistas; su planteamiento no difería de las formas de operar de la aristocracia en otras partes de Europa. Señala Friedrich Heer (EL MUNDO MEDIEVAL : EUROPA 1100 1350) que el hombre "tomaba esposa calculando su valor como un medio para la consecución de fines políticos y militares."

¿Y cómo reaccionaron ante la propuesta del matrimonio las "de días pequeñas" hijas del Campeador? Una sola vez hablan en la Primera Parte del CANTAR; no necesitaron más de un verso para expresar a su padre su entusiasmo por su próximas bodas:
quando vos nos casaredes, bien seremos ricas (2195)

Las niñas eran verdaderamente dignas de su padre, el rico infanzón, pero también lo eran de la nueva burguesía europea. Señala George Duby que las familias adineradas, en Francia, Inglaterra y Alemania, aspiraban con gran interés a emparentar con la aristocracia de abolengo.

Los estudiosos del CANTAR DE MIO CID se han mantenido en estrecha colaboración con los sistemas militarísticos que han venido proclamando al Cid como el héroe de la reconquista, bajo la presunción de que HACER LA GUERRA al musulmán era lo valiente, lo patriótico, lo auténticamente cristiano. Como si los que han hecho la guerra no la hubieran hecho por el botín. Pero del botín y sus delicias no se le había de hablar al populacho, al soldado: éste debía de luchar por amor a la gloria, debía arriesgar su vida costándole muy poco al estado: un pequeño sueldo en la vida y un gran monumento, a los desconocidos, a los caídos.

El Cid del CANTAR empleaba un lenguaje directo y realista: él luchaba por el botín. Y al comienzo mismo de sus campañas, en lugar de sublimar la realidad con paráfrasis evanagélicas, objetivizó y dio sentido mundano al pasaje evangélico. Los que siguieran a Cristo, abandonando sus bienes y hogares, recibirían algún día el ciento por uno y la patria celestial. Los que siguieran al Cid, dejando sus casas y heredades, antes de él morir, habrían de cobrarlo doblado. Y el Cid cumplió su palabra como buen hombre de negocios.

Y es así cómo el Cid Campeador del CANTAR a la vez que destaca como héroe de la reconquista castellana, sobresale de manera impresionante como el héroe de la burguesía europea.